
-Eres increíble Sam.
Y mientras, Sam seguía girando, y moviéndose sinuosamente, como una serpiente. Parecía un torbellino, y su piel, dorada, prácticamente brillaba. Sus delgados brazos parecían quebrarse con cada movimiento y el viento le agitaba el pelo, ocultando su rostro de duende.
-¿Puedes parar y escucharme? ¿Qué quieres? ¿que siga gritando? ¿que siga tratándote como a una niña? ¿que deje que hagas y deshagas a tu antojo? Estoy harta Sam, harta. Harta de que desde que nos quedamos solas sea yo la que haya tenido que adoptar la figura de la madurez mientras tú sigues como si no hubiese pasado nada. Harta de matarme día y noche y que ni siquiera me lo agradezcas.- y las lágrimas, de sabor salado que recorrían sus mejillas color pomelo, pararon su discurso. Se calló y observó a Sam, que había dejado de bailar durante un momento. Los labios le temblaban, de rabia y de angustia, pero a su hermana no parecía llamarle la atención.
-¿Sabes qué? Si tan HARTA estás márchate.
Y sonriendo con suficiencia volvió a girar, al ritmo de las olas que rompían a pocos metros de ellas.