
Después de mil meteduras de pata, de haberse echado todo en cara, de gritos, llantos, discusiones a altas horas de la madrugada (de esas en las que todos pierden), desesperación, lamentos y lamentaciones, perdones perdidos y agua fría en una ducha que no aclaraba absolutamente ninguna idea; decidió hacerlo, se puso delante del espejo y rompió contra él a golpes. La sangre se le escurría entre los dedos, y los añicos de cristal se deshacían contra el suelo de teca de Panamá, pero ¿qué importaba? Al final no todas las historias tenían un final feliz. Eso era mentira. Y la suya no era una excepción. Y la culpa no era de alguien a quien pudiese gritar, con quien pudiese desesperarse, o a quien perdonar. Había sido eso, que ella había creado en sí misma y que se reflejaba en el espejo, lo que la había destrozado.
Y ahora estaba ROTA. En mil pedazos.
9 comentarios:
los finales felizes no existen..
Pues hay que empezar a recomponer...
Fuerte!
Que peor enemigo que uno misma...
Antes de romper, dería intentar reflexionar y hacer cosas para recomenzar...
Saluods :)
A veces los finales felices parecen solo una cortina de humo, fáciles de destruir y poco duraderos.
Te he concedido un premio :) Pásate por mi blog a recogerlo, siquieres claro ;)
pues allí iré yo, esparadrapo en mano, a recomponerla con mimo :)
un besito.
Y le tocaba rehacerse, que si no lo hacía ella, no lo haría nadie.
un miau que baila con una cometa azul
Siempre hay un final feliz,
aunque simplemente sea eso;
un final. Alguno, que está esperando por ocurrir.
Un beso de cristal,
;)
y ahora toca unir los pedacitos y buscar un nuevo camino, aquel que sí tenga un final feliz.
un besiño bonita :)
Creo en los finales felices. Al menos como principio... Otra cosa es que sean algo rarísimo. Un besazo!
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